Antonio Moreno gana el primer premio del I Concurso de microrrelatos del Hospital General de València
Hoy, con motivo del Día Internacional del Libro, se ha hecho entrega del premio al ganador y a los cinco finalistas del I Concurso de microrrelatos del Hospital General de València, al que se han presentado un total de 73 textos de autores de la Comunitat Valenciana, 63 en castellano y 10 en valenciano.
Antes de la entrega de premios, Jaume Lloret, neumólogo jubilado y escritor, ha presentado su libro Jo, el metge de Joan Fuster, que presenta una época que ha formado el talante de Joan Fuster desde la óptica de un médico de pueblo que ha vivido un momento privilegiado y convulso, el de las primeras elecciones democráticas. De esta forma, el doble hilo de esta historia aporta un conocimiento de la política local y también las relaciones del médico con el paciente.
PRIMER PREMIO:
ANTONIO MORENO FERNÁNDEZ
La mariposa y la oruga
Volar, volar. Sólo quiero volar. Hace tres años me quedé atrapada en mi cuerpo. Una cárcel de carne y hueso. Mi vida se detuvo en un instante. Se congeló aquella mañana en que mi cuerpo se desplomó como un fardo sobre el frío suelo de la casa de mi hija. En mi cabeza sólo ruido, una oscura nebulosa. Cuando desperté, me encontraba en una aséptica sala de hospital, encadenada a tubos y cables por doquier. No sólo había perdido la salud, también había perdido mi vida. No podía moverme. Ningún músculo del cuerpo respondía.
En mi cabeza, sigo siendo aquella niña que quería volar; una grácil mariposa. Sin embargo, mi cuerpo no responde; una oruga inerte. Tampoco puedo apenas hablar. Pero siento. Mi corazón sigue inundado de amor, un amor que mis manos y mis brazos no me dejan expresar. Hoy he recibido una gran noticia. Mi hijo me ha dicho: “mamá, acaba de nacer tu nieto. Eres nuevamente abuela”. Se me ha escapado una lágrima, una lágrima amasada de sal y amor de madre. Una lágrima que encierra la tristeza de una vida que se apaga y la alegría de una vida que comienza.
FINALISTAS:
ISIDRO MANRIQUE ORTIZ
La última guardia
Rocío desciende ruidosamente hasta los vestuarios. El metal de las escaleras bajo sus zapatos tiene aquella resonancia limpia, tan propia de los edificios construidos en estilo moderno, industriales, acero y cristal que se elevan como un titán orgulloso de un presente exuberante. Justo al lado, compartiendo muro de vecino obligado, muestra sus pieles viejas el antiguo hospital, hierro poderoso en sus entrañas y madera recién barnizada en las ventanas que se abren a otra mañana primaveral, custodiando la salud de quienes recorren sus estancias.
Rocío abre su taquilla y tropieza con los ojos y las sonrisas de sus hijos que le dan (otra vez) los buenos días. Justo debajo de esa fotografía un fragmento de poema:
“i terrosos de fang que són camí
on arrelen els nostres noms “
Cierra la taquilla delicadamente y un escalofrío de nostalgia recorre su espalda. Sabe que después de lo que sucederá hoy no la volverá a abrir más.
ALEJANDRO CATALÁ RUBIO
¿Aburrido?
Me pareció que tenía un aspecto tan saludable que la saludé. Luego vinieron las risas, un café, una cena, otra cena, los bailes hasta las tantas y entre visita y visita a la consulta culpable del encuentro, unas buenas dosis de sexo desenfrenado. Y así desde hace 120 días, 37 horas, 23 minutos y 18 segundos.
Desde entonces, cada vez que recuerdo la cantidad de veces que he oído decir “comer saludable es aburrido”, se me dibuja una leve sonrisa en la cara que no puedo evitar.
ROSA MARÍA OSSET ROMERO
Nunca pensé que me pudiera suceder
—Tú me amas —con locura me dices.
Cierras la puerta fuertemente. Cuanto más me duele la cabeza o necesito silencio, más fuerte pones la música. Tú tienes ganas de bailar, claro, yo de ser invisible.
Y bailamos.
Pero sabes que estoy muerta, aunque me mueva.
No hay nada dentro, pero lo de fuera te gusta, es suficiente.
—No te falta de nada y te quiero más que a mi vida.
—Aposté por ti, la verdad, no te entiendo.
—Como si fueras de esas que maltratan. Silencio.
Jamás pienso en eso. Pero estoy herida de muerte. La primera capa de la piel es cálida, solo la primera, a partir de ahí, todo es frio, hielo.
—Solo quiero lo mejor para ti, nadie te va a querer como yo.
Es cierto, como tú no, no con ese amor tóxico que me hace perder la salud, entre otras cosas.
¡Qué exagerada soy! ¿Estaré equivocada? Si yo sé que me adora.
¿Dónde voy a estar mejor?
Ha sido un mal día… mañana será estupendo, seguro.
¿Por qué pensaré estas cosas? Me salgo a leer a la terraza.
Ya respiro mejor.
VICENTE GARCÍA CAMPOS
Dies d’amor
Ho omplien tot i el paralitzaren. Quan pogué reaccionar els reconegué: eren dos ulls. Dos ulls inofensius, tristos, vençuts, però implacablement lacerants. Les celles caigudes, pèl pentinat i brut i uns pantalons tacats que es despenjaven.
Un fil de veu, apagat i orfe d’emoció, semblà sorgir des de la seua resignada desesperança.
—Por favor me puede ayudar…
Els ulls mai menteixen. No era ni comediant ni estafador.
L’altre home duia regals i el seu fill de la mà. Es va estremir, s’avergonyí. Al voltant un riu de gent, llums i cançons de pau. Nadal. El xiquet mirà son pare, l’home es palpà les butxaques insegur.
—Tengo un billete de cincuenta. Espere.
El trobà conforme l’havia deixat, immòbil i palplantat, una boia sacsejada enmig d’una turbulenta indiferència. Li donà un euro.
A una història de setanta anys li havia donat un euro!
Bona transacció per netejar una conciència ferida.
La gent alegre, confiada. L’home suplicava, li fugien, no existia. Un món saludable…
L’home amb el xiquet escapà. Va intent. L’ombra d’eixa imatge el perseguiria inapelablement, sense treva, allà on anara.
Per cert, se m’oblidava. Com se m’haurà pogut passar un detall tan insignificant?
El xiquet era el meu fill.
ISRAEL ARMANDO CHIRA RODRÍGUEZ
Un corazón escaldado
Cuando el juez reparó en el novio, pensó: «¡Otra vez, Andrés? Menudo reincidente», y pronunció su discurso. Mientras, el poeta peruano Andrés Caballero Solano —ya repatriado, y con la salud resentida— rumiaba los sinsabores de relaciones pretéritas.
Una de cinco años con la limeña infiel que se quedó con sus hijos; otra de once, con la mina que lo dejó tirado en el Gran Buenos Aires. Y maldijo el amor, perro infernal, divino arquetipo… Aunque sintió el corazón al rojo vivo al contemplar a su irresistible novia española —primero virtual, luego actual— a través del consabido velo de misterio.
—¿Acepta usted, libre y voluntariamente, contraer matrimonio?
—No libre —vaciló Andrés—, pero sí voluntariamente.