Premios y nombramientos

Maximiliano Jarque gana el II Concurso de microrrelatos del Hospital General de Valencia

Hoy se ha dado a conocer el ganador y los cinco finalistas del II Concurso de microrrelatos del Hospital General de Valencia.

Durante el acto Juan Carlos Ferrer ha presentado su libro El microbio blanco, una novela que cuenta, desde la fina ironía que caracteriza al misántropo protagonista, detalles desconocidos sobre la clase médica, los hospitales y la sanidad pública. En realidad, el tono reflexivo y sarcástico del personaje esconde un grito desesperado frente a las edades de la vida y los procesos que han preocupado desde siempre al ser humano: la muerte, el paso del tiempo, el amor, la soledad, el sexo o la amistad.

Después se han leído los microrrelatos premiados y se ha hecho entrega de los diplomas y de la cerámica conmemorativa del hospital.

Ganador: MAXIMILIANO JARQUE BLASCO por Foc Amic

I es va a curar, només calia arrancar-li la fletxa.

Plou a bots i barrals, però fletxes. I ell amagat entre les roques. No té botons per a traure el cap. No se n’adonen. És dels seus. Quin desastre! Potser té el rostre pàl·lid? No és la seua pell roja? Li diuen Bou Boig, no Búfal Bill! Potser no prefereix menjar bisó abans que vaca? Aquesta situació no pot continuar, el temps apressa. Ha de solucionar l’embolic. Alça el cap per damunt de les pedres i una fletxa se li clava en el front. Cau; la seua mort és, potser, un poc teatral. La foscor. Ja cavalca per les àmplies praderies a la recerca de Manitú. Els seus venen per la seua cabellera. Se n’adonen de l’error. Ploren. Però es curarà, només cal arrancar-li la fletxa. La ventosa li ha deixat una marca roja i redona en el front. De sobte, criden: “A berenar!”. I tots, indis i vaquers, corren contents cap a la coca de llanda de la iaia.

De moment, soterren la destral de guerra. Això de fumar la pipa de la pau són figues d’un altre paner.

Finalistas:

ANA GIL CARRILLO por El tiempo todo lo cura

Y se curó.

Se encontraba en un lugar oscuro y frío, quizá en una cueva. Sentía que a su alrededor había más como él pero nunca habló con ellos.

A medida que pasaba el tiempo, iba perdiendo agua, su piel se secaba y aumentaba su concentración de solutos.

Varios meses después, al fin, se curó. Era tierno y se curó.

MARINA PATRICIA PIÑERO PARDO por La habitación número 13

Y se curó. Contra todo pronóstico, pero nadie supo cómo.

El paciente llegó sin nombre y sin documentos. Lo internaron en la habitación número 13, la más alejada del pasillo. Los monitores fallaban al acercarse. No respondía a ningún tratamiento.

Las enfermeras aseguraban oír susurros cuando pasaban frente a la puerta, y todas coincidían en lo mismo: él murmuraba cada noche, con voz ronca y fija:

— No abras la puerta. Aunque llame.

Una madrugada, alguien golpeó la puerta tres veces. La enfermera del turno corrió hacia la habitación, sin pensarlo, y entró dejando la puerta entreabierta. El paciente estaba sentado en la cama. El monitor cardíaco dejó de pitar.

Entonces, una voz a su espalda susurró:

— Soy el doctor Ruiz. Se me quedaron los informes dentro.

La enfermera se quedó helada. En el hospital no había ningún doctor Ruiz. Nunca lo hubo.

— ¿Qué ha pasado? —logró preguntar.

— Un susurro me dijo que ya era hora —respondió él, señalando al techo.

Al mirar arriba, pegado al techo, había un post-it que decía: Gracias por abrir. Ahora es tu turno.

Desde entonces, en la habitación 13 nadie duerme. Solo vigilan… por si vuelve a llamar.

MARÍA JOSÉ VILLAR LORO por La bienvenida

Y se curó. Esa frase me atormentaba cada hora, cada día, por más que lo pensaba seguía sin entender qué había sucedido, cuando aquello ocurrió era una adolescente y los recuerdos no eran nítidos, durante muchos años mi mente quiso borrarlos sin que tuviera que hacer ningún esfuerzo para ello, pero cuando mi padre decidió vender la casa no hubo más remedio que hacer limpieza, recorrer todas las habitaciones y elegir lo que se guardaba cada hermana, lo que se dejaba o lo que se vendía o tiraba.

Cuando mamá salió del hospital los médicos habían dicho que todo iba bien, solo necesitaba descansar en casa y recuperar fuerzas, preparamos una fiesta de bienvenida y cuando mamá llegó los ojos le brillaban de alegría y de esperanza, al llegar la noche papá dijo que se quedaría con ella para vigilarla, a nosotras nos pareció una gran idea, aunque notamos que la cara de mamá se descomponía, pensamos que estaba cansada, ¡se había curado!, ¿qué íbamos a pensar?

SILVIA VESES MARTÍN por Lido

Y Bruno se curó. Y gracias a él descubrí mi talento. Soy Lido, el pequeño de tres hermanos. A Mireia, la mayor, se le da fenomenal dibujar. Teo, el mediano, es excelente en atletismo.

Últimamente me pregunto qué se me da bien. ¿Seré el único de mis hermanos que no tiene ningún talento?.

—Mamá, ¿yo no tengo ningún talento?

—Lido, en cada uno de nosotros hay algo que se nos da especialmente bien Imagina un mercado lleno de frutas donde cada uno escoge aquella que le representa.  El primero que llega puede elegir entre una gran variedad, pero el último lo tiene más complicado para diferenciarse del resto porque queda menos donde escoger.

Aquella tarde fui a casa de Bruno. Está malito y se le ha caído el pelo. Como está cansado y no puede jugar, le cuento historias, inventadas y reales de mi día a día, y lo veo sonreir.

—Lido, quédate por favor —me decía al marcharme.

Su papá, al despedirse de mí, dijo que siempre sería bienvenido en su casa.

Me quedé pensativo y me di cuenta de que acababa de encontrar mi fruta: soy un buen contador de historias.

LAURA GIMÉNEZ CUENCA por Microrrelato

Y se curó cuando nos reencontramos en la vieja estación de tren. Cogí su mano, imaginándonos sin canas, arrugas o miedos. Abrí los ojos; el polvo se deslizó entre mis dedos.

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